miércoles, 28 de junio de 2006

"Las Colinas Tienen Ojos" de Wes Craven

Quién le iba a decir a Wes Craven cuando ya creía que había encauzado su carrera a la docencia, después de años saltando de una carrera universitaria a otra, lo que le llevaría a cursar desde psicología hasta literatura inglesa, que se acabaría convirtiéndo en una de las piedras angulares del cine de terror de las últimas tres décadas, encargándose de revitalizarlo en sus horas más bajas.


Tras el impacto causado por su primera película, "La última casa a la izquierda" (1972), que fue toda una declaración de intenciones y un revulsivo para una Ámerica sensibilizada por los horrores de la guerra, que había sacado a la luz el lado más oscuro y amargo de la naturaleza humana, Craven se inspiró remotamente en la historia del clan antropófago engendrado por Sawney Beane cerca de la costa oeste de Escocia a finales del siglo XIV para su segundo largometraje, "Las Colinas Tiene Ojos" (1977) que entroncaba, de nuevo, con los miedos latentes de la sociedad, enraizados nuestra propia dicotomía, que nos lleva, por un lado, a ambicionar una coexistencia civilizada y por otro, se niega a desprenderse de los vestigios ancestrales que nos permiten ser autores de atrocidades absolutamente deleznables.

La historia nos traslada hasta el desierto de Arizona, donde una módelica familia norteamericana, tras sufrir una avería, se ve acechada por una inhóspita tribu de mutantes caníbales; aún partiendo de una premisa similar a la utilizada por Tobe Hooper en "La Matanza de Texas" (1974), Craven logra aportar su propio discurso, donde destaca la capacidad del director para retorcer nuestros convencionalismos morales mediante el tour de force al que se ven sometidos los Carter, sufridores de las más variopintas barbaridades que les llevan a transitar un camino que conduce directamente al salvajismo en su búsqueda de venganza y en el que, por desgracia, es difícil no verse reflejado. No es de extrañar, por tanto, que la película, perfectamente aderezada con violencia explícita que aumentaba de manera considerable la conmoción emocional, se convirtiera inmediatamente en un éxito.

Deafortunadamente, la precariedad económica y el tiempo han pasado factura a la puesta en escena, que además adolece de cierta inconsistencia narrativa, aunque no llega a ser un óbice que nos impida disfrutar plenamente de la propuesta de Craven. Una propuesta que, sin llegar al status de obra maestra, es un clásico indiscutible del género.

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