1995 no fue un buen año para las películas de terror, al menos, no en taquilla; tan solo el thriller policíaco "Se7en" logró colarse entre las diez más vistas, octavo puesto, paradójicamente, de una lista encabezada por el monstruo de la animación 3D, Pixar, y su primer largometraje, "Toy Story". No es de extrañar, por tanto, los malos resultados comerciales que obtuvo Carpenter a pesar de lo interesante de su propuesta.
"Sutter Cane es un escritor de novelas de terror cuyo éxito no tiene comparación con el de ningún otro esritor. Pero poco antes de entregar a su editor su última novela, ha desaparecido sin dejar rastro. Al mismo tiempo, algunos de sus fans están volviéndose muy violentos de manera inexplicable. El editor de Cane contrata a John para que encuentre al novelista. Él piensa que todo es un montaje publicitario, para promocionar el próximo libro de Cane, pero no tardará en descubrir la horrible verdad."
Todo, desde la elección del título original, "In the mouth of madness", una clara alusión la novela "At the mountains of madness" ("en las montañas de la locura y otros relatos", Alianza Editorial), pasando por los personajes, localizaciones, horrores primordiales, se revela como un inquietante tributo a la cosmogonía engendrada por Lovecraft, hasta la misma estructura de la historia que, asimilando los modos y maneras de los relatos del escritor de Providence, comienza con el protagonista encerrado en un sanatorio mental para, posteriormente, ser desarrollada mediante un flashback.
"Sutter Cane es un escritor de novelas de terror cuyo éxito no tiene comparación con el de ningún otro esritor. Pero poco antes de entregar a su editor su última novela, ha desaparecido sin dejar rastro. Al mismo tiempo, algunos de sus fans están volviéndose muy violentos de manera inexplicable. El editor de Cane contrata a John para que encuentre al novelista. Él piensa que todo es un montaje publicitario, para promocionar el próximo libro de Cane, pero no tardará en descubrir la horrible verdad."
Todo, desde la elección del título original, "In the mouth of madness", una clara alusión la novela "At the mountains of madness" ("en las montañas de la locura y otros relatos", Alianza Editorial), pasando por los personajes, localizaciones, horrores primordiales, se revela como un inquietante tributo a la cosmogonía engendrada por Lovecraft, hasta la misma estructura de la historia que, asimilando los modos y maneras de los relatos del escritor de Providence, comienza con el protagonista encerrado en un sanatorio mental para, posteriormente, ser desarrollada mediante un flashback.
Sin abandonar el reposado ritmo tan característico de su narrativa, Carpenter adopta, según sus propias palabras, un estilo más cercano a los thrillers psicológicos de Buñuel, alejándose de los convencionalismos formales del cine de terror. Concatenando recursivamente escenas donde se da la mano lo onírico con lo terrorífico, logra hacer descender al espectador hasta los límites de la cordura, un angustioso viaje donde nada es lo que parece, para poder dinamitar la delgada línea que separa la realidad objetiva y materilista de los mundos irracionales y ocultos, consiguiendo una sintonía total entre fondo y forma.
Trás la prescindible "Memorias de un hombre invisible" y su devaneo con la televisión, nos encontramos de nuevo ante el mejor Carpenter que, gracias al buen hacer de Michael De Luca en el guión, firma uno los trabajos más importantes de sus carrera, una oscura y atípica película de terror que recurre a las fobias características de la extensa obra literaria en la que se inspira, es decir, la confrontación con lo desconocido, origen ancestral de nuestros temores cervales, y el inevitable apocalipsis, herencia de la angustia cósmica, una aflicción causada por la muerte de Dios.
"En la boca del miedo" es, a un nivel superior, un sólido ejercicio de metalinguística sobre el género y el poder subversivo del arte, entendido como fuerza creadora, que aparece reflejado en la película mediante Sutter Cane, el solipsismo encarnado, al mismo tiempo que una acertada y feroz crítica a la sociedad de consumo, que no duda en fagocitar con crueldad dichos procedimientos artísticos para transformarlos en una industria. Se nota que Carpenter ha salido escarmentado de su trabajo con las majors, que le obligaron a recluirse durante un tiempo en la serie B, en busca de su anhelada libertad creativa.
Sin embargo, no todo son virtudes. El desenlace habría ganado contundencia si se hubiera aligerado sensiblemente el metraje porque, una vez manifestados todos los artificios durante el encuentro entre John Trent, efectivamente interpretado por Sam Neil, y Sutter Cane, es previsible y demasiado extenso, aunque no por ello insatisfactorio. Aún así, pese a este ligero tropiezo formal, nos encontramos ante una indiscutible pieza de culto, que ningún aficionado debería perderse.
Trás la prescindible "Memorias de un hombre invisible" y su devaneo con la televisión, nos encontramos de nuevo ante el mejor Carpenter que, gracias al buen hacer de Michael De Luca en el guión, firma uno los trabajos más importantes de sus carrera, una oscura y atípica película de terror que recurre a las fobias características de la extensa obra literaria en la que se inspira, es decir, la confrontación con lo desconocido, origen ancestral de nuestros temores cervales, y el inevitable apocalipsis, herencia de la angustia cósmica, una aflicción causada por la muerte de Dios.
"En la boca del miedo" es, a un nivel superior, un sólido ejercicio de metalinguística sobre el género y el poder subversivo del arte, entendido como fuerza creadora, que aparece reflejado en la película mediante Sutter Cane, el solipsismo encarnado, al mismo tiempo que una acertada y feroz crítica a la sociedad de consumo, que no duda en fagocitar con crueldad dichos procedimientos artísticos para transformarlos en una industria. Se nota que Carpenter ha salido escarmentado de su trabajo con las majors, que le obligaron a recluirse durante un tiempo en la serie B, en busca de su anhelada libertad creativa.
Sin embargo, no todo son virtudes. El desenlace habría ganado contundencia si se hubiera aligerado sensiblemente el metraje porque, una vez manifestados todos los artificios durante el encuentro entre John Trent, efectivamente interpretado por Sam Neil, y Sutter Cane, es previsible y demasiado extenso, aunque no por ello insatisfactorio. Aún así, pese a este ligero tropiezo formal, nos encontramos ante una indiscutible pieza de culto, que ningún aficionado debería perderse.
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